Míralo, nadie creía en él, y de repente,
el mundo se enamora de él.
Goyo.

En Los Silos, hay un lugar mágico. Lleno de casitas de colores, de calles pequeñas y entrañables. De palmeras tan altas, que apenas nos damos cuenta al pasar por la carretera. De plataneras y huertas. Y como no, una montaña por donde trepan las casas, como si quisieran tocar el cielo.
Por la carretera general, una panadería, empieza su labor, cuando el sol duerme. Olor a pan y harina. Ese pan calentito que despierta los sentidos, esa delicia, se mezcla con el olor a café recién hecho, del bar San Bernardo. Divina combinación, difícil resistir la tentación. Goyo, el panadero creó un personaje de palo, muy alto y flaco. Lo viste con la camisa y un pantalón de la panadería. Su cara, es un pan redondo y sonriente. En sus brazos de palo, unos guantes, que saludan al que pasa por la calle.
Cada día, saca al muñeco y lo deja en la puerta, mientras trabaja en la panadería. Las gentes lo miran curiosos, se sacan fotos con él. Se convierte en un personaje del paisaje de Las Canteras.
Pero, un día algo cambia…
Goyo saca al muñeco, como siempre. Lo deja en su lugar, pone la maceta muy cerca de sus pies de madera. Un manotazo sacude su cabeza. Aturdido, se levanta y mira alrededor. No hay nadie, se rasca la cabeza, mientras entra confundido a la panadería.
Más tarde, cruza la calle para tomarse su segundo café de la noche. Iván, está atareado, cafés, cortados, bocadillos… El olor embriaga los sentidos. Goyo, se despeja hablando con los vecinos, mientras saborea el café. Con nuevo ánimo, cruza de nuevo la calle, para meterse en sus labores de panadero. Muy cerca de la puerta, siente un escalofrío en su piel. El muñeco se le acerca, con una mueca de enfado. Goyo, retrocedió asustado, un coche lo esquivó, tocando el claxon. Entró con prisa a la panadería. El muñeco, volvió a la normalidad.


Un nuevo día. Con ilusión, se dispone a sacar al muñeco. No lo encuentra. Algo llama su atención en el horno. Un horno enorme, donde mete los carros con el pan. Se acerca despacio, el muñeco está dentro del horno.
―¡Qué extraño! ¿Quién lo metería ahí? ―dice Goyo abriendo la puerta del horno para sacarlo.
Coge al muñeco y lo empieza a rodar. Un ruido llama su atención. Mira a su espalda. No ve nada. La puerta del horno se cierra bruscamente. Goyo, intenta abrirla, no puede. El horno se enciende. Aterrado, golpea la puerta, grita para que alguien lo escuche. Nervioso, mira a través del cristal del horno. La cara de pan del muñeco, lo mira desde fuera. Sus ojos como la noche, su boca sonríe. Enseña sus dientes de miga blanca y suave. Goyo se aleja del cristal, asustado.
―¡Socorro, socorro! ―grita desesperado.
―¿Qué hace ahí dentro? ¿Por qué grita? ―pregunta Viki asombrada.
―¡Me quería asar vivo! ¡Asesino! ―grita Goyo.
―¿Quién? Pero ¿Qué dice? ―pregunta Viki―. Goyo, la puerta del horno estaba abierta y el horno apagado.
―¡No! ¡Qué dices! ―dice Goyo tocando el horno―. ¡No lo entiendo! El muñeco estaba dentro y luego…
Goyo, acalorado, sale de la panadería. El muñeco está donde siempre. Goyo se pasa la mano por la cabeza, nervioso. Mira hacia el bar San Bernardo.
―Necesito un café…
Unos días más tarde.
Ya casi terminando la jornada. Goyo sale de la panadería, el muñeco no está en su lugar. Se dispone a cruzar la calle, no puede irse sin tomarse su último café. De pronto, el muñeco está frente a él. En medio de la calle. Su cara de pan, lo mira enfadado. Se acerca amenazante. Sus ojos son oscuros, su sonrisa… Un gesto demoniaco. Goyo está paralizado. El miedo, recorre cada poro de su piel. Intenta alejarse, pero el muñeco corre con su cuerpo de palo calle arriba, agitando sus brazos.
―¡Goyo! Goyo, ¿Qué haces? ―grita Iván desde la terraza del bar―. ¡Qué te atropellan!
―¿Lo viste? Lo ves, ¿verdad? ―grita Goyo acercándose al bar.
―No, ¿qué tengo que ver? Estás en medio de la carretera ―dice Iván mientras sirve unas cervezas en una mesa.
―El muñeco estaba. Yo… ―dice Goyo mirando hacia la panadería.
El muñeco, está donde siempre, por fuera de la panadería. Quieto, con su cara de pan sonriente. Goyo cansado, aturdido y aun temblando se acerca al bar.
―¡Ponme un café! Lo necesito…
―¿Otra vez? Acabas de tomarte un café, no te voy a poner otro ―dice Iván.
―¡Yo no he tomado café! ¡Yo, no…! ―dijo Goyo mirando al muñeco―. ¡Mierda!
Iván lo mira preocupado. Goyo, con sus manos en la cadera, sigue mirando al muñeco. Iván llama a su empleado, para que lo sustituya.
―¡Te pasa algo! Me tienes preocupado, te veo muy nervioso. Ahora tengo un rato, podemos hablar.
―Aquí fuera, no ―dice Goyo mirando al muñeco.
―Vamos dentro. No me gusta verte así ―dice Iván.
Goyo le contó todo lo que le había ocurrido. Tembloroso, se toma el café descafeinado que le puso Iván. Los dos hablaban sin levantar la voz. Sin llamar la atención.
―Parece mentira, pero, me está pasando. ¡No sé qué hacer! ―dice Goyo.
―¡Joder, Goyo! Si el problema es el muñeco, lo puedo destrozar yo mismo, y se acabó…
―¡Calla, loco! Si te escucha te perseguirá a ti. No, esa no es la solución. No sé…
―Necesitas unas vacaciones. ¡Es eso! Estas estresado y tu cerebro te la está jugando, seguro.
―¿Vacaciones un autónomo! ―dice Goyo riéndose con ganas―. ¿En qué mundo vives tú? Ganas tengo, pero imposible. Tú lo sabes, eres autónomo.
―Ya, pero es tú salud. Aunque sea una semana.
―Una semana sin pan de Las Canteras. ¿Estás seguro de eso?
―¡Es una putada! Pero, tal vez, acabe tu problema. ¿No hay nadie que pueda sustituirte?
―No, sabes que no. Al menos por ahora. No importa, todo lo que empieza, algún día termina.
―Tengo que trabajar. Pero, voy a pensar cómo ayudarte. Algo se me ocurre, ya verás.
Unos días más tarde.
Goyo entra rascándose la cabeza.
―¿Te duele la cabeza? ―pregunta Viki
―Cada vez que saco el muñeco me doy en la cabeza, y no sé cómo.
―Pues, mañana lo saco yo.
Goyo mira al muñeco. Coge dos panes, y pone uno en cada guante oscuro. No quiere mirar su cara, no quiere ver su mueca diabólica. No hizo falta, el pan no se engancha y cae al suelo. Goyo, se agacha a recogerlo. El guante del muñeco le da otro golpe en la cabeza. Goyo lo mira enfadado. Su rabia está creciendo.
―Tal vez, ¡lo mejor sea destrozarte y tirarte a un vertedero! ―susurra Goyo enfadado.
El cuerpo del muñeco se acerca amenazante a Goyo. Su boca ya no tiene una sonrisa de pan. Sus ojos son oscuros, tenebrosos. Viki vio a Goyo delante la puerta. Sus ojos están desorbitados, su cuerpo temblaba.
―¿Qué te ocurre? ―pregunta Viki acercándose a Goyo.
― Yo… ¿Lo has visto? ¡Hay mi madre!
―¿Qué tengo que ver?
Goyo se dio cuenta. Solo él, veía los gestos del muñeco.
―¡Nada! Voy al bar a despejarme un rato.
Mientras se tomaba el café, Iván se acerca a Goyo.
―Creo que tengo una solución ―dice Iván.
―¿Cuál? Estoy desesperado, ya no puedo más.
―Escucha, tengo un sobrino muy especial, y tal vez, él sepa que le ocurre al muñeco. Le diré que venga.
Al día siguiente, un niño se entretiene por fuera de la panadería, lo acompaña Iván. El niño jugaba cerca del muñeco. Goyo, se asomó curioso. El niño, con ojos rasgados y cara redonda, sonreía. Apoyado en la puerta de la panadería, muy cerca del muñeco.
―Este es mi sobrino, Carlos ―dice Iván.
―Hola, ¿estás hablando con el muñeco? ―pregunta Goyo.
El muñeco gira su cara hacia él y lo mira enfadado.
―Carlos, ¿lo has visto?
―Claro… Es muy gracioso.
―¡Dios mío! ¡No estoy loco! Gracias Iván, y a ti Carlos. Pensé que estaba loco, de verdad.
Carlos le da la mano a Iván.
―Ahora, Carlos se va a desayunar, ¿verdad? ―dice Iván, mientras Carlos asiente con la cabeza.
―¡Viki! Voy a tomarme un café. Ahora vengo ―dice Goyo.
Goyo cruzó la calle. El bar estaba concurrido. Se sentaron juntos en la barra del bar. Carlos, esperaba su bocadillo de pollo. Un zumo de naranja es su bebida favorita.
―Iván, ponme un bocadillo a mí también, hoy pago yo ―dice Goyo.
―Mejor, siéntense en una mesa, así estarán más cómodos ―dice Iván detrás de la barra.
Goyo se sentó al lado del niño, esperando su café. Carlos, le pregunta por su equipo de fútbol favorito, le encanta el tema. Iván trae los bocadillos y las bebidas. Mientras comen, siguen hablando.
―¿Ya sabes qué le ocurre? ―pregunta Iván a Carlos.
―¡Dímelo! Por favor, es importante para mí ―dice Goyo preocupado.
―Está enfadado contigo ―dice Carlos mirando a Goyo―. Quiere ser alguien. Quiere tener un nombre. ¿Por qué no le has puesto nombre?
―No lo sé. Las prisas, el trabajo. Pero, tiene razón, tengo que ponerle un nombre. ¿Por eso está enfadado?
―Sí, está cansado de esperar. Quiere un nombre, su nombre.
―Claro… ¡Necesita un nombre! ¡Gracias Carlos! ¡Gracias Iván! ―dice Goyo dejando el dinero en la mesa.
Goyo sale del bar pensativo. Pasa muy cerca del muñeco. Lo mira, ahora, sin miedo. Empieza a recoger, es tiempo de cerrar. De descansar. Entra al muñeco y lo pone en su lugar. Lo mira fijamente.
―Goyito, te llamaré Goyito. Espero que te guste tu nuevo nombre.
La sonrisa del muñeco crece de lado a lado. Feliz, le tiende su guante. Goyo, da la mano a Goyito. Pronto, vuelve a su estado normal, con una sonrisa en su cara de pan. Goyo contento, acaba su tarea y cierra la puerta de la panadería. Desde la calle, mira a Iván que sigue con su tarea. Lo saluda de lejos con una sonrisa.
―¡Hasta mañana Iván!
TenecaЖ

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